20 abr. 2006

EL MIEDO A PROFUNDIZAR (ensayo publicado en la revista venezolana ZERO)


Las palabras son líneas con formas y sonidos que representan algo que sentimos y percibimos del mundo exterior. La combinación entre ellas resulta en una fórmula que nos aproxima al mundo que creemos conocer. Por ejemplo, la palabra “Amor” se refiere a un sentimiento que el ser humano cree entender pero ¿cómo saber si la palabra “Amor” a la que se refiere una persona es la que tiene registrada otra persona en su cabeza? ¿Cómo saber si la palabra “Dolor” se dimensiona de la misma forma en una u otra persona? ¿Cómo comprobar que realmente nos comunicamos con las palabras y de ser así cómo saber que nos referimos a lo mismo?
Aquí se encuentra el infinito misterio del lenguaje, sus complicaciones, sus caminos, sus limitaciones y sus posibilidades.
Cuando conversamos damos por sentado que existe un intercambio tácito de información, asumimos que el otro entiende lo que decimos y que a su vez entendemos lo que el otro nos dice. Asentimos ante cosas con las que estamos de acuerdo y negamos ante lo que nos resulta incongruente. Establecemos un sistema de significantes y significados desde muy niños y lo estructuramos como una conformación sólida y por lo general inmutable, de la que nos valemos el resto de nuestra vida para comunicarnos.
Es imprescindible mencionar que existe una relación directa y dependiente entre el aprendizaje y la experiencia personal, y el significado que le adherimos a las palabras. Volviendo al ejemplo anterior; supongamos que A vivió una experiencia tranquila y agradable con una persona, la quiso, se casó y vivió el resto de su vida con esta . Para A la palabra “Amor” estará vinculada con esta experiencia. Por otro lado, supongamos que B vivió una serie de eventos castradores y de sufrimiento con todas sus parejas. Evidentemente B relacionará la palabra “Amor” con sus experiencias personales. Imaginemos ahora que A y B se encuentran y hablan de “Amor”. Aunque se refieren a la misma palabra, los significados variarán inevitablemente de una cabeza a otra. La misma palabra será entendida, procesada y significada de diferentes formas por la cabeza A y por la cabeza B.
Ahora: si sabemos que todos nos sometemos a diferentes experiencias a lo largo de nuestra vida que a su vez están sujetas al lugar donde crecemos y vivimos, a la cultura a la que nos circunscribimos, a las idiosincrasias, etc. y que al mismo tiempo todos estos factores varían de un individuo a otro, entonces; ¿Cómo es que nos comunicamos? Creemos que hablamos sin problemas y que trasmitimos nuestras experiencias a los demás sin ningún inconveniente, pero la verdad es que estamos presos en las celdas de las acepciones que en nuestra cabeza le hemos asignado a las palabras. Estamos muy lejos de entender a lo que el otro se refiere, muy lejos de entender la verdad de las cosas y muy lejos de conocer los hechos verdaderos de la vida. Estamos amarrados al cristal de nuestro lenguaje y al cual además consideramos certero y único. Estamos sujetos a ver el mundo desde una fracción de lo que nuestro deficiente sistema comunicativo nos permite. Hablamos con mucha confianza y nos adueñamos de las palabras como si fueran nuestras y la verdad es que estas, son un arma de doble filo que nos hace y nos hará esclavos de lo subjetivo y de las semi-verdades, pero ¿Será posible llegar a la objetividad de las palabras y a su acepción verdadera? ¿Existirá una acepción verdadera y de ser así será posible comprenderla?
El conocido refrán “depende del cristal con que se mire” ha funcionado como una especie de excusa que los seres humanos han utilizado para no afrontar su propia limitación cognitiva y conformarse con la ínfima parte de la verdad que maneja cada individuo y con la que además este se auto-engaña para no hacer el esfuerzo de entender más allá de las fronteras de su sistema.
Por otra parte existe una limitación con las palabras en sí mismas para comunicar experiencias que no están registradas en nuestro sistema comunicativo. En realidad, ninguna experiencia real puede ser trasmitida por el lenguaje que conocemos. Las palabras siempre mutilarán, limitarán y trastocarán la esencia verdadera de las cosas. Esto es un hecho absolutamente comprobable y con el que se puede experimentar: el contacto de los humanos con los delfines por ejemplo, ha dejado innumerables experiencias y relatos. Todos coinciden en que es algo maravilloso, inolvidable, emocionante, nostálgico, espiritual, pleno, etc. Todos estos son calificativos que resultan de una experiencia pero que de ningún modo reflejar la verdadera esencia del contacto con los delfines. Una persona le podrá contar a otra que tener un hijo es algo hermoso, incomparable, único, pleno, etc, pero esto no le hará vivir a su oyente la experiencia que la misma tuvo. Esto sin contar que cuando la persona que escucha, procese el significado que para esta tengan los calificativos “pleno”, “incomparable”, “hermoso”, etc, la experiencia que está tratando de ser comunicada se perderá casi completamente.
Aunque nos entendemos en un nivel muy superficial y primitivo, aunque acordamos y entendemos que “tomate” es algo de color rojo que se come y que “auto” es un aparato con cuatro ruedas que nos trasporta de un lugar a otro, en el fondo, y aunque lo neguemos en la superficie, todos sabemos que estamos imposibilitados con el lenguaje. El sistema comunicativo que conocemos se limita sólo a lo funcional y a lo básico: se utiliza para dar órdenes, para crear leyes, para construir edificios, ciudades, para tener hijos, para trabajar, en fin, todo lo que le sea útil al sistema en el que vivimos: la matriz. Si nos comunicásemos mas allá de estas fronteras funcionales no hubiesen en el mundo los malos entendidos, los conflictos, las peleas, las guerras y todas las catástrofes y conflictos que provocados por el hombre encuentran su origen en las malformaciones, complicaciones y límites del propio lenguaje.
Sin embargo, existe una forma de traspasar al menos una capa de nuestras celdas cognitivas. Esto es la profundización de las cosas y de las palabras. Por lo general existe un rechazo inconsciente en todos o la mayoría de los seres humanos a profundizar sobre lo que nos rodea. La actitud corriente de la media (el común de las personas) es el de evadir conversaciones que intenten profundizar acerca de las cosas mismas. Por lo general, a ese tipo de conversaciones se les tilda de “demasiado intensas”, “pesadas”, “intelectualoides”, etc. Esto también es un hecho comprobable: basta tratar de profundizar sobre algo con un grupo de gente normal ( normal en su acepción de gente corriente, la generalidad, lo común, la mayoría) y se notará que aunque al principio puede que participen y opinen, buscarán pronto cambiar a un tema más trivial y ligero como camino de escape y evasión a lo que se intenta profundizar. Esto no sólo se observará en las converaciones. Los estilos de vida cotidiano asumen determinadas conductas establecidas por la sociedad, determinadas costumbres y son muy pocos los casos en los que estas son cuestionadas por el individuo. Se da por sentado que hay que comportarse de tal o cual manera y hay que vivir de acuerdo a lo que se establece. Por otra parte, los pocos que la cuestionan lo hacen de un modo reaccionario y se van a los extremos lo cual también imposibilita el acceso a lo verdadero. La mayoría de la gente tiene miedo a profundizar sobre las cosas y esto responde al tedio inconsciente que se tiene a salir de las celdas de nuestro sistema comunicativo y de conocimiento.

Pero ¿Qué significa profundizar?

Tomemos un ejemplo comparativo casi infantil pero muy útil para la comprensión de este concepto.
Supongamos que somos geólogos y que nos proponemos descubrir la esencia de la composición de un tipo de suelo. Imaginemos que comenzamos a excavar en las diferentes capas del mismo. Veremos que cada una de las capas presentan colores, texturas y composiciones distintas a pesar que son parte de una misma cosa: el suelo en cuestión. Supongamos que llegamos al centro o a la primerísimo capa de nuestro objeto de estudio. Aquí encontraremos los componentes esenciales que dieron origen a las diferentes capas hasta llegar a la última. Cada una es diferente de la otra pero todas contendrán en menor o mayor grado los componentes esenciales de la primera capa o al centro que dio origen a las demás.
Esta “excavación” o profundización de la que hablamos requiere el esfuerzo de seguir más y más abajo “en las capas del suelo”. Esto significa que se debe abandonar las primeras capas para concentrarse en las subsiguientes, debe hacerse un esfuerzo por abandonar, aunque sea a modo de experimento, los propios conceptos y ahondar en otros diferentes. Nos daremos cuenta en una primera etapa, que existen muchas capas de suelo o muchos significados. Ninguno de ellos son falsos: así como las capas del suelo, forman parte de un todo. Sin embargo, el único modo de conocer la primerísimo capa o el centro esencial del conocimiento es atravesar por todas las capas que llevan a este. Este, por supuesto es un largo proceso que requiere de esfuerzo, dedicación y renuncia a los propios paradigmas. Cabe mencionar que este es un proceso individual al que no siempre se le llega a través de las palabras. La reflexión oral sirve como un instrumento de reflexión y comparación con otros puntos de vista, nos sirve como “pala” para excavar las diferentes capas, pero, una vez que se ha llegado al centro, tendremos que soltar la “pala” para dedicarnos a comprender la esencia de lo que encontramos en el “fondo del suelo”
Debemos sembrar la voluntad para traspasar nuestras fronteras cognitivas y para esto se hace indispensable convertirnos, a pesar de nosotros mismos, en individuos que profundicen sobre todo los que nos rodea. Esto, mas allá de ser una experiencia retórico-filosófica, ha de ser una tarea de liberación que comprenda el verdadero entendimiento del nuestro mundo interno y del mundo que nos rodea. La superación de la palabra como sistema rígido y esclavizante de las verdaderas cosas es el camino a seguir. No es sin embargo, la abolición de la palabra lo que proponemos. Creemos que es posible redimensionar el lenguaje que conocemos y darle un uso que vaya mucho mas allá de lo útil o funcional. Sólo mediante la superación de los propios paradigmas es posible utilizar la propia palabra y en sí, todo el lenguaje que conocemos pero que aun no utilizamos a plenitud, como medio e instrumento para llegar a las verdades inmutables y esenciales de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, de verdad que tienes mucha razón con lo que dices, pero simplemente el ser humano ha decidido "saber" lo que le conviene,¿ y que lo conviene? simplemente lo que creen que los hace felices,¿ y que los hace felices? lo que no los enfrente a su realidad porque en su interior saben que es patética en alguna de sus partes y prefieren ver a otro lado que a su interior.

Muchos dicen que es el Amor lo que mueve al mundo pero no es eso, porque cada decisión que tomamos es por miedo simple MIEDO, miedo a estar solos, miedo a no ser aceptados, miedo a morir etc. etc. etc...

Y el Amor es solo una fantasía que no inventamos para no sentirnos SOLOS ¿por que? porque no nos soportamos a nosotros mismos y preferimos soportar a alguien mas para no enfrentarnos a nosotros mismos!

Bueno me tomara un tiempito para leer tus otros escritos que se ven interesantes. cuídate cualquier cosa mi correo es abic7@hotmail.com