31 ago. 2010

PIES EN LA ACERA

Natalia caminaba por el borde de la acera. Tenía la mirada perdida y la mano extraviada en uno de los bolsillos de su pantalón ancho. Se imaginaba que caminaba en el filo de una azotea a miles de metros de altura; desafiando a la muerte; que cientos de personas le pedían a coro " No te lances Natalia! No te lances!" . Imaginaba como toda esa muchedumbre estaba ahí, para ella, comprendiéndole, apoyándole en su desgracia existencial. "No te lances Natalia!" Todos en coro, bailando quizá en coreografía un tango apasionado que le salvaría la vida. Sus pies seguían bordeando la acera y su mano jugaba con un pequeño frasco en uno de sus bolsillos. Iba camino a su casa, a su cuarto aun adolescente, a su vida que no quería. Se detuvo en el lugar de cruce y, recostada en un poste, esperó que la luz le diera el turno a los peatones. Pensó en que podía no esperar la luz de paso y jugar a cruzar corriendo y detenerse y seguir corriendo y detenerse hasta que viera en cámara lenta a su carro de la muerte. Sus ojos seguían imaginando todo aquello; extraviados en algún lugar del otro lado de la calle en el que estaba una mujer con pañuelo sentada en una silla de ruedas. Usaba mascarilla de oxígeno conectada a una bombona portátil incrustada en la parte inferior de la silla. Detrás de ella, un hombre la cuidaba. La mujer con pañuelo tenía los ojos saltones que miraban fijamente hacia el parque del otro lado de la acera. Parecía la mirada de una niña a la que por fin, después de mucho tiempo, la sacaban de paseo. El sol se hizo paso entre las nubes y unos pequeños rayos cayeron sobre el rostro de la mujer. Ella, con movimientos lentos, se quitó la máscara de oxígeno y subió la cara al cielo como para recibir aquel baño de luz. Cerró los ojos y sonrío casi imperceptible. Después de unos segundos, las manos del hombre le volvieron a colocar la máscara de oxígeno. Natalia, aun del otro lado, miraba la escena. La luz cedió el paso a los peatones y la mujer con pañuelo cruzó en la silla con ayuda del hombre que la cuidaba. Natalia, cruzó también y en algún punto de la calle, ella y la mujer con pañuelo se cruzaron. Ya del otro lado, los pies de Natalia, que al principio empezaron a caminar por el borde, se fueron desplazando paulatinamente hacia el medio de la acera. Caminó por el medio de muchas aceras sin parar. Caminó y caminó con la mirada fija en el camino. Caminó y caminó y siguió caminando refugiada en la mitad de ese río de asfalto. Un poco antes de llegar a su casa, se detuvo: se desvió un poco, saco el frasco del bolsillo de su pantalón ancho y lo botó en un container de basura. Natalia siguió, siempre por el medio, hasta llegar a su casa.

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