11 may. 2007

FORO DE DISCUSION 1:


TEMA A TRATAR:
"La Sublimación"

Según algunas fuentes recopiladas, sublimar, significa lo siguiente:
"...cambiar el objeto pulsional (del deseo) del sujeto por otro objeto, desexualizándolo para hacerlo pasar a través de la conciencia ya que todos nuestros deseos son reprimidos e instalados en el inconsciente. La sublimación es como una forma de "engañar" a nuestra consciencia para llevar a cabo el deseo sublimado. Sería como derivar el deseo y realizarlo, o intentar realizarlo, por otro camino (tareas de prestigio social, como arte, religión, ciencia, política, tecnología). "

Con este concepto entendemos que;

1) Se siente el "deseo inferior" (D.I.) (instintos de violencia, institintos sexuales, etc)
2) Se detiene el D.I. y no se lleva a cabo bajo su forma.
3) Se elige una "actividad superior" (A.S.) de órden intelectual, deportiva o artística de la misma fuerza del D.I.
4) Se realiza esta A.S. y se sustituye al D.I.

Preguntas de reflexión entorno al tema:

- En el paso que se plantea en el número "2":¿no se estaría reprimiendo el D.I. al detener al mismo?
- Si hay tal represión: ¿no quedarían los D.I. igualmente alojados en el inconsciente sin importar cual A.S. hagamos?
-¿Cómo saber si al elejir una A.S. se extingue por completo el D.I.?
- Entonces:¿Existe verdaderamente la sublimación?

Dejemos que las respuestas vengan de los lectores...

5 may. 2007

EL TRANSCURRIR DE LAS AGUJAS



La aguja esperaba asfixiada dentro del paquete. Sabía que pronto saldría porque era la última y la única que quedaba en la gaveta de aluminio. Había esperado meses para el momento de salir de allí , pero cada vez que la mano gigantesca abría la gaveta, se tropezaba con su paquete y escogía a otra. Ella era la aguja más gruesa de todas y por eso la mano siempre la evitaba y elegía a las más finas y delicadas. Sin embargo, siempre sentía alivio al ver que nunca era la elegida pues pensaba, que las que eran tomadas, sufrían un tortuoso destino. Durante meses había escuchado el llanto y las súplicas de las otras agujas que imploraban piedad y por eso se sentía aliviada cada vez que la mano gigantesca tomaba el empaquetado cuerpo de otra.
Un día, la mano abrió la gaveta y la aguja sintió pavor: sabía que la tomarían a ella pues no habían más agujas en aquel espacio. La mano la tomó apresuradamente y ella sintió nervios por lo que estaba sucediendo. El paquete fue arrancado de sus alrededores y enseguida entro una brisa que invadió toda su longuitud. Pronto comenzó a percibir todos los olores de su alrededor y los colores se apoderaron de sus sentidos (no sabía que eran colores pero igualmente los percibía.) De pronto sintió como su cabeza traspasaba una superficie fina y seca que no tardó en volverse roja y húmeda. Experimentaba un calor sofocante que la estaba asfixiando pero pronto, un líquido frío y tajante, pasó a través de su cuerpo y la heló por completo. Estaba petrificada por las sensaciones extremas y entonces deseó salir de aquel lugar. Su deseo se materializó súbitamente; era como si algo o alguien estuviese escuchando sus pensamientos porque pronto la mano gigantesca la tomó fuertemente y la jaló hacia afuera. Su cabeza fue expulsada de la superficie fina y suave y en la punta de su cabeza quedó adherida una gota de color rojo. La aguja, inmóvil en su naturaleza, percibía todo a su alrededor, esperando a la expectativa los próximos acontecimientos. De repente, un miedo superior la invadió por completo, como si presintiese lo que venía a continuación: la mano la lanzó por los aires y la aguja recorrió el espacio en cámara lenta. El tiempo se había prolongado en ese momento y la aguja comenzó a procesar los mil sonidos que había escuchado durante su estadía en la gaveta. Recordó los quejidos y las súplicas de las otras agujas y entonces pensó que ahora le esperaba lo peor. De pronto sintió como la luz disminuia y el aire se comprimía en un sólo espacio. Su puntiaguda cabeza choco contra una superficie dura e impenetrable lo que ocasionó la total torcedura de su cuerpo estremecido. Una gran tapa negra se acercó al recipiente donde había caido hasta pegarse completamente. La aguja estaba de nuevo encerrada en un paquete más grande pero más oscuro, con el cuerpo torcido y adolorido. Un pequeño rayo de luz le dejaba ver los cuerpos muertos de otras agujas que yacían tiradas a su alrededor y entonces supo que había llegado el final. Sin embargo, al poco tiempo del impacto, logró ver las otras agujas que compartían con ella el reducido y asfixiante espacio: todas, en su fúnebre estado, mostraban expresiones de placidez y de gratitud en sus rostros puntiagudos. La aguja no lo entendía. ¿Cómo después de aquel sufrimiento podían mostrar complacencia en sus expresiones? ¿Cómo no habían muerto sintiendo pánico y terror por las sensaciones extremas y el dolor? ¿De qué sonreían?

La aguja cerró los ojos y sucumbió.

El sonido de la gaveta de aluminio la despertó. La mano gigantesca comenzó a vacilar en la elección de alguna de ellas. La aguja había estado soñando y aunque nada de aquello había pasado realmente, su destino era inevitable e inminente. Sin embargo, dentro de sí, cultivaba un extraño deseo: anhelaba ser elegida por la mano gigantesca. Deseaba experimentar realmente todo lo que había soñado, salir del paquete de plástico, sentir la brisa, percibir los colores y la calidez del rojo y de las supeficies, volar por los aires y finalmente chocar contra la superficie cruda y dolorosa de la papelera. Entonces sucedió. La mano gigantezca la eligió a ella antes que a las otras agujas. Sus envolturas fueron rasgadas de su alrededor y así sintió la plácida brisa del exterior. Cuando finalmente voló por los aires, entendió que los quejidos que había escuchado desde la gaveta no provenían de las agujas sino de los seres de las manos gigantezcas. La aguja sintió la dicha de haber vivido y de ser elegida, la dicha del placer, de los extremos y del dolor. Al caer en el fondo de la oscura papelera llevaba en su puntiagudo rostro la misma placidez que había visto en los mil rostros de las agujas de su sueño. Ahora ya no sentía miedo. Con las últimas fuerzas de vida, torció su punta afilada y, feliz, murió.