4 sept. 2006

CUENTO EN EL AVILA: la marabunta



Eran las cuatro de la tarde y Tomás insistía en subir. Teresa se vistió de deporte con pesadez pero lo hizo porque temía la mala cara de Tomás y porque en verdad pensaba que quizá el esfuerzo de la subida le quitaría la sensación de cargar con una piedra dentro del cuerpo. Siempre era así y al final Teresa le daba gracias a su voluntad o a la voluntad de Tomás por haberla precisado. En la cumbre Teresa siempre era feliz.
Iniciaron el ascenso y Tomás notó enseguida la debilidad de su novia. Comenzó entonces su terapia verbal de montañista o rescatista, a fin de cuentas, cualquiera de los dos discurso funcionaba para fortalecer a Teresa. “Siente que tus piernas son dos motores”, “respira con control”, “utiliza toda la planta del pie”, “olvídate de los pensamientos negativos” y la que nunca faltaba: “tu puedes!!!”. Estas frases ejercían un efecto casi mágico en aquella chica. (Por eso Teresa adoraba subir con Tomás porque sabía que ningunas otras palabras la reconfortaban y le daban más poder que las de su novio.)
Teresa hacía un esfuerzo pero estaba controlada y sabía que iba a lograrlo. En el camino vertical pensaba o más bien era testigo del torbellino de ideas, recuerdos y fantasias que pasaban por su cabeza. Esta era una herramienta efectiva que ella utilizaba para no darse cuenta de cuánto camino faltaba para llegar hasta arriba. Lo mismo hacía Tomás pero sus pensamientos eran mucho menos noveleros que los de Teresa. Él pensaba en que no había traido la linterna por si se les hacía de noche, en que tenía que reparar la bicicleta para salir de excursion, en qué bonitas piernas tenía Teresa, en qué piernas tan ricas había visto el otro dia por Los Dos Caminos, en qué detallista era Teresa con sus regalos extraños que le hacía, en que habían ya pasado dos semanas sin poder hacer el amor, en que debería hacerse rico para poderse comprar un apartamento para así poder hacer el amor más seguido con Teresa, pensaba en que definitivamente llamaría a su primera hija Alegría y al segundo Jon Pol, a pesar de lo que dijese Teresa de querer tener si acaso sólo un hijo, que él sabría convencerla más adelante, que ese era su sueño y punto, que qué bolas el monte cómo había crecido en el camino de subida, que ya ese guarda-parques no hacía su trabajo, que él podría ser guarda-parques y vivir feliz con Teresa en la montaña con mil quinientos carajitos, un venado y tres gatos y rescatar a imprudentes montañistas y salir y fumar un porrito todas las noches en medio de aquel paisaje…
Sumergido en sus pensamientos a penas reparó que se le había adelantado a Teresa por un buen trecho en el camino. Ya estaba oscureciendo y se detuvo a ver dónde había quedado su novia. Le silvó el silvido clásico de ellos, el de búsqueda, el de distancia y enseguida escuchó la respuesta de Teresa quien se había quedado bastante más atrás que Tomás. Después del silvido Teresa le gritó entre jadeos a Tomás que siguiera, que no se parara, que ella iba bien, que tranquil! Tomás la divisó a lo lejos y decidió continuar con el camino y con sus pensamientos.
Tomás comenzó a trotar el ultimo trecho como siempre lo hacía . Ahora se acordaba de aquella vez que los atracaron y le quitaron el carro a Teresa, en cómo gritaba y lloraba ella del pánico y de la rabia, en lo paranoica que se había vuelto Teresa desde aquella vez, en las peleas que habían tenido por las historias y películas que se hacía ella en su cabeza de robos y asesinatos multiples, que quizá tenía razón, que ya Caracas estaba muy heavy, que quizá debería aprender a usar un arma o tenerla por si acaso, o que mejor no porque había escuchado del amigo de un pana que lo habían matado unos malandros por defenderse con su arma, que quería ver la película “Muerte Súbita” que estaba en carteleras y terminar por fin de ver los últimos dos capítulos de 24 horas que estaba tan buena, que qué bolas ese Jack Bauer que siempre se salvaba de todo y mataba a todos sus enemigos sin compasion alguna, que qué ejemplos tan chimbos estaban dando a los televidentes, que la sociedad norteamericana está hecha mierda con tanto asesinato de tanto loco suelto, que allá deben estar peor que nosotros porque allá hasta los pelaitos son los que matan a otros niños, que cómo pueden matar así pana!!, “uff! Ya llegue!”
Ya era de noche y Tomás caminó en círculos en el tope del tanque para normalizar su respiración como siempre lo hacía. Luego estuvo calmado y se acercó hasta un grifo a tomar agua. Fue cuando sintió el frío del agua en su garganta que se acordó de Teresa. Se levantó a ver si venía cerca pero pensó que quizá llegaría en unos minutos , los mismos minutos después en los que siempre llegaba Teresa. Tomás se sentó a quitarse las medias y los zapatos. Se acostó en el asfalto del tanque y contemplo la noche estrellada. Volteó la cabeza hacia el camino a ver si Teresa se acercaba pero no veía nada por lo cual decidió levatarse y caminar unos pasos de regreso para ver por dónde iba. Desde esa altura podia divisarse un buen trecho de camino en ascenso y Tomás no veía a Teresa ni cerca, ni lejos, ni en el medio. Silvó el silvido de búsqueda pero no escuchó respuesta alguna. Tomás pensó que quizá se había parado a tomar aire o se había cansado, que cuántas veces le ha dicho que pararse en el camino cansa más, que qué terca, que en verdad ella nunca se para aunque esté exhausta, que y si le dió asma? , que si habrá traido la bombona…
De pronto tuvo la sensación de que nada de eso estaba pasando realmente y comenzó a preocuparse. Se regresó rápido a ponerse los zapatos como pudo sin siquiera tener tiempo de amarrarlos o ponerse las medias: sólo pensaba en que por qué Teresa se tardaba tanto coño!
Tomás caminaba lo más rápido que podia tropesándose de vez en cuando con las trenzas de sus zapatos las cuales no había podido amarrar. Mil quinientas imagines se le pasaban a Tomás por la cabeza y su respiración se hacía cada vez más acelerada aun más cuando escuchó a lo lejos las carcajadas de un hombre. A partir de ese momento surgió en Tomás un instinto felino animal e irrovacable. Decidió deshacerse de sus zapatos de montaña y continuar corriendo descalzo. Tomás llegó hasta unos pequeños matorrales a través de los cuales se veía el resto del camino hacia abajo. Fue entonces cuando vió entre la oscuridad y las sombras de la noche a Teresa rodeada por dos hombres, uno de los cuales se reía a carcagadas y se le acercaba a Teresa. Enseguida y sin pensarlo mucho, Tomás tomó las primeras dos peñonas que encontró a su alrededro y acercó una rama fuerte. Su respiración estaba disparada y sudaba mucho más que en la subida. Estaba dispuesto a matar aquellos dos hombres que parecían que pronto iban a atacar a Teresa. Una de sus manos tomó con fuerza una de las peñonas y la lanzó con todas sus fuerzas a uno de los hombres. En una actitud casi felina, Tomás cogió la rama fuerte y echo a correr hacia los hombres. Tomó la rama con todas sus fuerzas y comenzó a golpear a uno de los hombres. Lo golpeó uno y otra vez sin parar, frenético de ira. El otro hombre le gritaba que parara, que ya! Tomás no veía nada, sólo sentía la ira, la adrenalina, el instinto de defender; nada más cabía en su cabeza en ese momento. De pronto escuchó que uno de los hombres gritó el nombre de Teresa. En ese momento todo se congeló para Tomás. Volteó y en verdad lo que veía estaba relentado como el slow motion de una película. Fue hasta ese momento cuando vio a uno de los hombres tomando el cuerpo acostado de Teresa. Tomás vislumbró el rostro de aquel hombre: era un amigo de Teresa que sostenía la cabeza ensangrentada de ella. Tomás no podia creer lo que veía! A lado del cuerpo convulsionante de su novia yacía la peñona que minutos antes había lanzado con todas sus fuerzas y que por error había chocado contra el cráneo de Teresa. Los gritos de los amigos de Teresa eran escuchados por Tomás sólo como un eco lejano: estaba completamente paralizado y en shock. Vió como el cuerpo de Teresa dejó de convulsionar, cómo perdía sangre y más sangre, cómo se paralizó en el ultimo aliento de vida, cómo sus amigos se la montaron en el hombro como pudieron y la bajaron hasta desaparecer de la vista de él. Tomás estaba petrificado del impacto sin poder moverse, como si se hubiese bebido la miel del cuento aquel de Horacio Quiroga el cual había leido días antes y que cuenta cómo un hombre quedó paralizado por una miel silvestre hasta ser comido vivo por una plaga llamada la marabunta o la corrección. La marabunta de aquella ficción se hacía real en la vida de Tomás en ese momento infinito e interminable. Tomás estaba de rodillas, petrificado, viendo como la incorregible marabunta invisible del dolor y de la agonía se llevaba frente a sus ojos su bienestar, su vida, su futuro. De Tomás no quedó nada esa noche. La Marabunta del destino arrasó hasta con su alma.



Daniela Bascopé

(nombres de personajes cortesía de Milán Kundera y su insoportable levedad del ser)

SUBJETIVA



Quise un día ser risa y archipiélago
para navegar en el mar de lo abstracto
lo efímero y lo impalpable

Me vestí de valentía y coraje
para caminar por el revés del mundo
y enfrentarme con la verdad
que es una y son miles.

Me transformé en las mil caras
con las que vive el artista
y simulé que volaba
contemplando un instante...
...el instante...

Y entonces, cuando me cansé de fingir
que la había encontrado,
cuando caí vencida y agotada por la lucha
que había emprendido mi espíritu,
se encendió una luz inaudita
y me convertí en el pájaro
que vuela sobre el mundo de ensueños
y que vive como centro y segundo



¿Dónde estabas locura?